La panadería la inició mi abuelo Salvador trabajando por las noches y a él le ayudaba mi abuela Gracia vendiendo el pan en una modesta tienda. Eran tiempos difíciles y tener pan daba la posibilidad a muchas familias del pueblo de tener algo que comer a diario… allí se vendía, se cambiaba por otros productos e incluso se regalaba el pan a los más necesitados.
A mis abuelos les ayudaban sus hijos, hasta que finalmente mi padre Salvador tomó el testigo dando un gran impulso al negocio. Todo ello con la ayuda de mi madre, Resu, que criaba a sus hijos y atendía el despacho de pan 362 días al año.
Llevo ayudando en el negocio desde que tengo uso de razón, crecí entre sacos de harina y olor a pan recién horneado.
Actualmente procuramos adaptar el negocio familiar a las exigencias de los nuevos tiempos, sin perder los métodos y la esencia tradicional.